martes, 13 de mayo de 2014

Relatos de brujas de Mamá Inés

Hoy les voy a presentar un relato de brujas tomado de un reciente libro publicado por una maceita de nombre Fabiola Inés González Cuartas. Su libro nos invita a leer memorias de vida de una mujer que afrontó las dificultades de la vida en tiempos en los cuales la mujer estaba sometida al poder del hombre y tenía limitado su campo de acción casi que exclusivamente a las labores de la casa y los hijos; A través de su narración nos cuenta su paso por las distintas etapas de sus vida: la niñez, la juventud, su vida como ama de casa y madre de doce hijos, su viudez posterior y su vida como estudiante en la Universidad de Antioquia y finalmente su ejercicio como educadora. Nos comparte a través de un lenguaje sencillo sus sufrimientos, alegrías, nostalgias y experiencias de vida con la intención de dejar un legado de valores para las generaciones futuras:

"A la casa de La Bonita le acondicionaron la cocina como alcoba y construyeron una nueva. En la vieja cocina se empezaron oír ruidos extraños que atribuían a brujas. Yo estaba casada, me contaban y les decía que podrían ser ratas, gatos, "chuchas" etc. Quise comprobar el caso y una noche fui a dormir allí acompañada de mi hermana Margarita. Nos acostamos y al instante empezamos a oír ruidos. Mi hermana y yo, en silencio, sobrecogidas nos codeábamos. Los ruidos eran muy puntuales como, abrir la llave del fogón, impulsarla para que girara sola hasta que el petróleo fluyera, votar agua hacia el solar, agarrar cucharas etc. Lo más sorprendente: más o menos a las 9:00 p.m llegó mi hermano Guillermo, abrió la puerta de la sala y al pisar el dintel inmediatamente cesaron los ruidos, sentimos pisadas rápidas de alguien que huía hacia el solar. En la casa decían que era una señora que les había trabajado y que se llevaba cosas sin la voluntad de sus dueños, (ya muerta). Otros decían que era una muchacha que también les trabajó y que estaba enamorada de Guillermo mi hermano. Yo no he creído en brujas, pero el decir es que no hay que creer en ellas pero de que las hay las hay.

En casa de las Johns, tías de mi papá, en la noche oían unos estruendos en el comedor: algún gato o "chucha" nos dejó sin vajilla, decían alarmadas, pero al día siguiente encontraban todo intacto. Una vecina les dijo que eran brujas y para ahuyentarlas se les dice: "venga mañana por un poquito de sal". Así lo hicieron. Al día siguiente apareció una humilde vieja a quien le daban a veces refrigerio, pidiéndoles un poquito de sal. Y hasta ese día se oyeron los ruidos nocturnos.

Contaba mi abuelo Francisco, papá de Colís, el cual manejaba una hacienda de caña de los Ramírez Johns, primos de la abuela Mercedes, que en las noches de molienda de panela, cuando se apagaban los hornos y se paraba el molino, se acostaba, y ya tarde sentía que el molino funcionaba a toda velocidad. Pero si el molino se apagó..., se preguntaba ante lo cual optó por asomarse, pero lo que vio fue un grupo de alegres muchachas vestidas de blanco que se divertían impulsando la rueda del molino a toda máquina.

Mi mamá nos contaba la historia de su papá con una bruja. Estando él pequeño la familia se trasladó de Angostura a otro pueblo. El niño no se amañaba en ese pueblo, pues todos los días entre lágrimas y sollozos decía: yo me quiero volver para Angostura, yo me quiero volver..., los tenía desesperados. Ante tanto lloriqueo, la señora del servicio le dijo: tranquilo Pedrito, esta noche lo llevó. La mamá creyó que era para consolarlo. En la noche, cuando menos lo pensaban, sintieron un golpe en el techo y una voz que decía, !Pedrito¡ Nos vamos? Pedrito muy asustado se agarraba de sus papas y se les acomodaba en su cama. Ellos habían algunos rumores de que la señora esa era bruja, pero no creían.

Parece que en Angostura era común el asunto de la brujería. Contaba mi mamá que Don Aniceto, una noche salio de su almacén en el momento en que pasaban dos muchachas que quisieron acompañarlo. Él aceptó, y cuando habían caminado unos pocos pasos lo tomaron de cada brazo para pasar un caño. Al pasar se encontraron con algunos bares. Lo invitaron a entrar, ellas se dedicaron al bailar y él se sentó. Al momento se acercó un viejo amigo quien lo saludó y le preguntó qué hacía tan lejos de su tierra. Él le contó el caso. El amigo de dijo; ¡ojo!  Esas son brujas, no las pierda de vista para que no lo dejen, además le dio una moneda para que tomara algo, porque su dinero no le servía allí. Al tomarse la bebida, notó en la mesa unas flores raras.Tomó una y la echó en el bolsillo, lo mismo que unas monedas devueltas. Antes del amanecer las jóvenes lo invitaron a volver. Salieron y al pasar el caño se encontraron en la calle del pueblo. El entró a su casa se acostó y se durmió. Al despertar pensó que lo sucedido era un sueño. Al recordar lo de las flor y las moneditas, buscó en el bolsillo y !sorpresa¡ Allí estaban."

lunes, 25 de febrero de 2013

Para aquellos interesados en saber sobre las enfermedades durante los primeros cincuenta años de historia de Maceo, les dejo el siguiente texto. Es un documento producto de una investigación realizada a finales del año pasado. Espero que los interesados en la historia del municipio la disfruten y aprovechen.

Las enfermedades de los maceítas 1899-1950

A grandes rasgos las principales enfermedades en a Antioquia, entre finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX eran las de tipo infeccioso y parasitario; principalmente la viruela, el sarampión, la tosferina, la desintería, etc., con una intensidad mayor en las regiones tropicales. Finalmente otra enfermedad fue la malaria o paludismo muy extendida en las tierras bajas. Como veremos más adelante encontraremos una correspondencia con estos datos a nivel regional con los de Maceo.

Durante poco más de cincuenta años murieron en Maceo 3667 personas; de este total de defunciones 2055 eran hombres y 1611 mujeres. Las enfermedades que más aquejaron los maceítas fueron las enfermedades infecciosas y parasitarias con un total de 1.292 casos (35%); seguido de las enfermedades del feto y del recién nacido con 768 (21%); en tercer lugar las enfermedades del sistema respiratorio con 473 (13%); seguido de las enfermedades del sistema endócrino con 246 (7%). Esas cuatro causas de muerte fueron las más representativas durante medio siglo

En un segundo nivel se encontró que en un menor porcentaje se encontraban: las caídas, golpes y accidentes diversos; los desórdenes mentales, las enfermedades de la piel; las enfermedades de la sangre y el sistema inmunológico; las enfermedades del aparato locomotor; las enfermedades del embarazo, parto y puerperio; las enfermedades del sistema digestivo; las enfermedades del sistema génito urinario; las enfermedades del sistema nervioso; y la muerte violenta. En las siguientes dos páginas se presenta un gráfico y una torta porcentual que muestra lo ya dicho en estos dos últimos párrafos.

De esta manera la perspectiva de las enfermedades en Maceo desde sus primeros años de fundación hasta mediados del siglo XX estaba marcada por una preponderancia de las enfermedades infecciosas y respiratorias (1293 en total). En orden descendente las enfermedades infecciosas más letales fueron: Cólera, 243; paludismo, 222; lombrices y parásitos, 165; disentería, 145; tosferina, 108; tifo, 85; sarampión, 53; tuberculosis, 64 y gripa 32. Acontecimientos que ejemplifican de manera contundente que tan frágil podía ser el hilo que unía a un hombre de la época con la vida, fue el de Antonio Vélez, quien el 4 de junio de 1930 murió, en palabras del sacerdote de: “(…) infección en un pie resultos de una cortada”; o en la epidemia de tosferina que afectó a los maceítas durante los poco más de 50 años pero con una especial intensidad en el año de 1926 que dio cuenta de 30 niños, la mayoría menores de un año. O en el caso de la “fiebre perniciosa” o “perniciosa” mejor conocido como paludismo, enfermedad propagada por la ingente cantidad de mosquitos que poblaban el bosque tropical. Esta enfermedad cobró la vida de 222 personas en el período estudiado de las cuales en su gran mayoría eran recién nacidos menores de un año y niños entre los 1 y 14 años que sumaron casi la mitad de los casos (43.6%); en las edades de 15 a 29 años la enfermedad aún presenta índices del 25% y en edades superiores se reduce significativamente.

En segundo lugar  el número de enfermedades del feto y del recién nacido dan cuenta de un tasa alta del nivel de mortalidad infantil (como se puede apreciar en la pirámide poblacional  expuesta en la página 82, en el rango de edad 0 – 1 año). Los menores de un año morían corrientemente y principalmente, según las causas registradas en los libros parroquiales, de: fiebre (363) descenso (283) debilidad congénita (42), asfixia (33); y en menor proporción de: muerte prematura, nacidos y otros.

En el siguiente lugar las enfermedades respiratorias con el 13% equivalente a 473 casos se presentan como la tercera causa de muerte más corriente entre los maceítas durante el período analizado. Al igual que en los anteriores casos su presencia es más evidente en  menores de edad (0  a 5 años) especialmente en lo relativo a la bronquitis que cobro la vida de 288 niños. 

En cuantas otras enfermedades del sistema respiratorio la neumonía era más frecuente en adultos. De 95 muertes causadas por la neumonía solo dos eran menores de 14 años. Otra causa de muerte que aumentaba aún más el índice de mortalidad infantil era la asfixia que de un total 24 defunciones solo en tres casos eran mayores de 4 años.

Estas son a grandes rasgos las principales causas de muerte durante poco más de medio siglo en la población maceíta. Evidentemente queda clarísimo que las condiciones de vida no eran las más óptimas para los recién nacidos, situación muy acorde con un refrán que se escuchaba en maceo hace varios años y que es de uso corriente para designar la situación referida: “en esta tierra son muchos los que nacen, pero pocos los que se crían”. El contacto con los archivos parroquiales de defunción de Maceo deja vislumbrar dicha situación con las cifras y también nos muestra lo cotidiano de la situación.
Cuadro No. 4
Enfermedades infecciosas y parasitarias por rango de edad en
Maceo. 1899-1953

Rango de edades
Total
%
0  a 1 años
34
15,32
1 a 4
22
9,91
5 a 9
21
9,46
10 a 14
20
9,01
15 a 19
13
5,86
20 a 24
22
9,91
25 a 29
21
9,46
30 a 34
7
3,15
35 a 39
9
4,05
40 a 44
10
4,50
45 a 49
7
3,15
50 a 54
8
3,60
55 a 59
6
2,70
60 a 64
7
3,15
65 a 69
1
0,45
70 a 74
7
3,15
75 a 79
3
1,35
80 a 84
2
0,90
85 y mas
2
0,90
Total
222
100
                                                                   Fuente: Archivo Parroquial San Pedro Claver Maceo

En un segundo aparte sobre las enfermedades de los maceítas se encuentran otras enfermedades no tan comunes que sumada equivalen al 31% del total de las causas de muerte, las cuales eran: Las enfermedades del sistema endócrino, las enfermedades de la piel, del sistema cardio respiratorio, las enfermedades del embarazo, parto y puerperio, las del aparato locomotor, del sistema nervioso, cáncer, desórdenes mentales, enfermedades de la sangre y el sistema inmunológico, enfermedades del sistema digestivo, enfermedades del sistema endócrino, enfermedades del sistema génito urinario, enfermedades del sistema nervioso y la muerte violenta.

Finalmente quisiera realizar una aproximación a  una de las causas de muerte que menos se presentaron durante 1899 -1953: la muerte violenta, pero que por su connotación de muerto no natural y de indicador para determinar el orden público cobra gran importancia. Durante este tiempo murieron por esta causa en total 79 personas. En definitiva de 1899 a 1950 la tasa de homicidios fue de menos de 5 personas por año, pero se disparó de 1950 a 1953 durante La Violencia de mediados de siglo. Desde el 23 de septiembre de 1952, y los meses que le siguen hasta el 21 de marzo de 1953 fueron asesinadas, o por lo menos registradas en el libro de defunciones un total de 25 personas, de las cuales 11 en el mes de septiembre. En conclusión la situación de orden público durante 1899 – 1953 fue muy tranquila exceptuando los años a partir de la “terrible” década del 50. Sorprende la tranquilidad de los primeros años de fundación 1897 a 1911; periodo en el que durante más de una década el sacerdote no registró ni un solo homicidio; de allí en adelante se presentan algunos años pocos homicidios y periodos muy tranquilos como fueron los años de 1913, 1914,1915, 1921, 1922, 1926, 1933, 1935, 1939,1940, 1941, 1942, 1946, 1947, 1948, 1950 y 1951.

En conclusión, el panorama de las enfermedades a nivel local concuerda con que se presentaba en Antioquia desde finales del siglo XIX a mediados del siglo XX especialmente en las tierras bajas de colonización tardía. Las enfermedades que más afectaron a la población fueron las de tipo infeccioso y parasitario, muy propias de las condiciones de vida durante los primeros años de colonización y poblamiento; y de las condiciones de salubridad propias de la época; enfermedades que por lo demás, afectó de manera significativa a la población infantil inflando de manera alarmante las cifras de mortalidad infantil. Sin embargo queda un vacío dentro de la historia local que tiene que ver el mejoramiento de las condiciones de vida producto del influjo de la medicina moderna y las políticas de Estado en materia de salubridad pública. 

En cuanto a las cifras relacionadas con las muertes violentas, están no reflejan durante los primeros 40 años de fundación y poblamiento índices de homicidios altos, lo que da indicios para concluir que, dicho proceso de fundación y poblamiento se hizo de manera pacífica o por lo menos no generó enfrentamientos con consecuencias nefastas para amplios sectores de la población; lo que habla a su vez, de una apropiación de la tierra y los recursos en estos nuevos territorios de frontera de una manera ordenada y tranquila que posteriormente tendió a complicarse a medida que los recursos del bosque tropical se fueron agotando, las tierras cultivables se destinaron a la ganadería y aumentó la población; generando muchísima más presión sobre las tierra, hasta culminar con una desaforada violencia. Este argumento será ampliado y sustentado en los siguientes capítulos que tratan la historia económica de la localidad y el periodo de la Violencia de mediados del siglo XX.

martes, 13 de noviembre de 2012

La "arriería" en Maceo

Durante los primeros cincuenta años de historia, Maceo mantenía un intenso comercio para alimentar la construcción del Ferrocarril de Antioquia y algunas poblaciones y caserío a nivel regional. Los arrieros cumplían la labor de transportar no solo la madera extraída de los montes, sino también los alimentos producidos en las vírgenes y fértiles tierras maceítas y de las mercancías provenientes de la capital antioqueña. De esta éóca dejaron su testimonio los señores Arturo Barrera y Amado Morales.

Arturo Barrera: hijo de Genaro Barrera Castaño y María Ubaldina Cano, oriundos del municipio de Santo Domingo. Llegaron a Maceo en 1915. A sus quince años el señor Arturo Barrera se hizo "Sangrero" (aprendiz de arriero) del Señor Lázaro Carmona, al cual le ayudó a transportar "carga redonda" (víveres, granos y mercancías principalmente) desde la Floresta a Maceo; y también desde Guacharacas en el valle de río Nus, hasta la población de Segovia.

Amado Morales: Hijo de Doña María Gutiérrez, originaria de San Carlos y Faustino Morales de Barbosa. Llegó a Maceo en el año de 1932 e inició su trabajo como "Sangrero" de Felipe Tobón extrayendo maderas desde La Chorrera, San Carlos, San Luíz y la Argentina; ascendiendo luego a la categoría de "Arriero de Profesión.

Cuenta el Señor Arturo Barrera que cuando ascendió a la categoría de arriero, es decir, que dejó de ser "Sangrero", arrió mulas con maderas finas (comino y canelo) desde Remedios. La ruta iniciaba desde el cañón de Santana y continuaba por La Honda, Ramillete, El Repecho, La Argentina, El Cenizo y finalmente el Alto de Patiño (hoy lugar en el que está ubicado el Hospital Marco A. Cardona), lugar donde se recogía, escogía y organizaba la madera para enviarla luego a San José del Nus. Don Arturo recuerda que el trecho más duro que atravesó, luego de salir de Santana, eran los ríos Volcán y el caudaloso San Bartolo, ya que en invierno debían descargar las mulas y hacer balsas para para cruzar con la madera las peligrosas aguas. En San Bartolo, cuenta don Arturo Barrera estaban ubicadas ricas fincas destinadas a la actividad ganadera y el cultivo de maíz, cultivo de que se cosechaba, se empacaba en costales de "fique" para ser comerciado en los depósitos de Maceo.

A principios del siglo XX Maceo demandaba mercancías desde el Nordeste Antioqueño y desde sus nacientes poblados rurales como La Susana, Las Brisas, La Mundial, Guardasol, San Cipriano, La Libertad, La Alondra, y también de San José del Nus, desde donde cargaban víveres y diversos productos para abastecer el comercio. Con sus más de 90 años el Señor Arturo Barrera fue testigo del intenso comercio local y regional.

La vida del arriero

El arriero de antaño es el equivalente a los medios de transporte de carga pesada del presente, sin embargo en ese entonces debieron superar dificultades muy grandes como la quebrada geografía, atravesada por precarios caminos que en invierno se convertían en peligrosos obstáculos. A pesar de estas dificultades el hombre dedicado a la arriería supo lidiar con las dificultades a fuerza de una voluntad férrea.

El arriero recorría los caminos en compañía de un "Sangrero", quien iba adelante abriendo broches y puertas y atento al encuentro con dificultades en el camino u otra "recua" de mulas. Su itinerario de viaje estaba organizado para terminar su jornada al encuentro de una "Fonda" o "Tambo", para descarsar, comer. Al llegar a la fonda desparejaba sus mulas y sacaba su libra de "cabuya" (fique entorchado) en rama y la "aguja de arria" para reforzar las retrancas del aparejo o tejer una cincha o pretal antes de irse a dormir. Estos menesteres nos cuenta Arturo lo tenían ocupado aveces hasta la media noche para luego levantarse temprano, porque en este oficio, nos cuenta Arturo, "las noches son muy largas y empiezan muy temprano".

Al amanecer se vestía con su pantalón de dril, la camisa, su sombrero "aguadeño" o de paja; su pañuelo "rabuegallo" (rabo de gallo); el "tapa pinche" (mulera); la "paruma" para protegerse del pantano de los canalones inundados de lodo; el machete y un cinturón de lona para ayudarse a levantar las cargas..

Otro elemento imprescindible del arriero, era por supuesto la mula. Don Arturo nos cuenta que él arriaba de 8 a 12 mulas (que era el promedio que se manejaba para un solo arriero). Contó don Arturo con gracia sobre el nombre que le daba a sus mulas, basado en su color, en un defecto físico o en la "personalidad" del animal. Recuerda con nostalgia varios de sus animales: la Pizarra, la Oca, la Chicharra, la Condesa, la Rusia, la Mosquiada, La Platina y la Sinarepa "a la que de un machetazo le mocharon la "colita" y se le veía toda la "arepita" (la vulva)".

A las cinco de la mañana, el arriero ya debía tener aparejadas sus mulas, y antes de cargar desayunaba con chocolate, arepa de maíz "sanchochado", una ración de carne y de tocino, y para el camino empacaba en su talego de "amilla" su buen fiambre, una libra de panela y tocino ("porque al arriero no le podía faltar la grasita") y el pan de arriero que se hacía de maíz cáscara. El señor Amado Suarez nos contó como se hacía este pan de arriero: "Eso lo pilaban bien pilado y en seguida lo ponían a remojar de un día para otro, después lo ponían al sol un día, y enseguida ya lo quebraban en la máquina (maquina de moler) y se compraba dos o tres libras de ampolleta y enseguida se le echaba claras de huevo pa que amarrara". Este pan de arriero podía durar una jornada y servía para mitigar el hambre en el camino."

Bueno, este es un acercamiento a uno de los oficios indispensables en Antioquia durante gran parte de sus historia. Su papel de transportadores no solo permitió el comercio inter-regional de alimentos y productos. Lo arrieros también transportaron a finales del siglo XIX las primeras máquinas, equipo industrial e insumos para la construcción de las modernas vías de comunicación como los ferrocarriles que posibilitaron el desarrollo económico de Antioquia; desarrollo en el que los arrieros de Maceo fueron partícipes.  

Para los que quieran profundiza sobre la relación de la arriería con la contrucción del Ferrocarril de Antioquia ir al siguiente link de la Biblioteca Virtual de la Biblioteca Luís Angel Arango de Bogotá: http://www.lablaa.org/blaavirtual/historia/caminos/arrier12d.htm

lunes, 12 de noviembre de 2012

Historia del corregimiento de La Susana

Al parecer, La Susana fue fundada a finales del Siglo XIX por mineros que se desplazaron a explotar una mina llamada "La Parranda" ubicada en el río "Cupiná". El nuevo poblado fue atrayendo pobladores de diversas regiones de Antioquia, aumentando así su población, lo que le permitió adquirir el título de Corregimiento en el año de 1944. La población de la Susana se formó con población de las altas tierras de Antioquia y también de pobladores ribereños de Antioquia, Tolima y Santander.

Otra de las hipótesis de la fundación fue expresada en el periódico "El Maceíta", en la edición marzo-abril de 1994, en la que se plantea que se fundó en el año de 1930 por Eduardo Arango y sus hermanos; Polo López, Emilio Buriticá, Santiago Jiménez y Claudina de Cortés. Posteriormente llegaron los señores Miguel Lopera, Ricardo Castro, Manuel Henao Cadavid (hijastro del fundador de Maceo Marco A. Cardona), y Juan Bautista Agudelo Marín, este último dedicado al comercio de víveres en la mina La Parranda, situada en el río Cupiná. En relación al nombre del Corregimiento veamos lo escrito en el citado artículo:

"Relatos de esta época cuentan que los mineros (...) se demoraban varios meses y años para regresar a sus hogares de origen; se hizo presente en la región la Señora de Manuel Henao, llamada Susana y como lo anterior fue para los mineros un acontecimiento importantísimo, convinieron conmemorarlo con unos "guaros" (aguardiente), y "piquisucia" (Gallina) y en consecuencia bautizaron a la comarca con el nombre de La Susana."

Según las versiones de la antropóloga María Teresa Arcila, quien realizó entrevistas en la población de La Susana en el década del 90 del siglo XX, la historia de su poblamiento puede dividirse en dos momentos:

"El primero a fines del siglo pasado (XIX) hasta mediados del presente (XX) cuando -según la versión de sus habitantes- se presentó la salida de numerosos propietarios hacia otras regiones del Departamento y del país, como Urabá, Tolima y Santander. Esta salida masiva fue provocada por persecuciones políticas durante la época de la Violencia entre los años 1947 y 1956 aproximadamente. De este periodo se comenta que fueron "arrasadas" las viviendas y muertos muchos habitantes" y en la mente de sus pobladores quedan sitios como El Rosario en Patio Bonito y la Cueva de los Liberales en Alicante, para recordar lo que pasó en aquella época." Se dice por ejemplo que la Cueva de los liberales llevo dicho nombre porque esta era una de las guaridas de la guerrilla liberal (chusma) durante el periodo de la violencia.

"El segundo período se considera desde 1956 hasta el presente, cuando el nuevo proceso de poblamiento fue protagonizado por familias que llegaron a desarrollar actividades como la agricultura y la minería en pequeña escala. Su asentamiento no siempre se dio de manera fácil, ya que han existido conflictos entre colonos y propietarios de tierras como fue el caso de La Gazapera."

Algunos datos generales sobre La Susana

La Susana tiene un territorio aproximado de 77 kilómetros cuadrados, y limita con las veredas de Santa Bárbara, Las Brisas, La Gazapera, La Unión y San Ignacio. Algunos de los parajes más conocidos son la quebrada La Sonadora, Las Torres, el río Alicante, el río Cupiná, Paiva, Tabor, La Bernarda, La Aurora, La Reina y Monterrey.

El clima de La Susana el cálido, entre los 25 y 30 grados centígrados; se encuentra a una distancia de 23 kilómetros de la cabecera municipal. El clima cálido es propicio para cultivos como la caña de azuzar, yuca, frijol, maíz, frutales y ganadería. La Susana se encuentra unida a través de caminos con el Nordeste Antioqueño, Yolombó y Puerto Berrío.

El alumbrado de La Susana fue puesto a funcionar en 1958 a través de una planta hidroeléctrica alquilada. En la actualidad la población cuenta con energía eléctrica, servicio prestado por la empresa de energía E.P.M. Posee capilla católica, puesto de salud, hogar juvenil, y la Institución educativa Cristo Rey que forma en los niveles de educación básica y media vocacional. 

miércoles, 31 de octubre de 2012

Maceo: la tierra de nuestra infancia

"La pertenencia del hombre a lo simple y cercano se acentúan aún más en la vejez cuando nos vamos despidiendo de de proyectos, y más nos acercamos a la tierra de nuestra infancia, y no a la tierra en general sino aquel pedazo, aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra niñez, en que tuvimos nuestros juegos y nuestra magia, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez. Y entonces recordamos un árbol, la cara de un amigo, un perro, un camino polvoriento en la siesta de verano, con su rumor de cigarras, un arroyito. Cosas así. No grandes cosas sino pequeñas y modestísimas cosas, pero que en el ser humano adquieren increíble magnitud, sobre todo cuando el hombre que va a morir solo puede defenderse en el recuerdo, tan angustiosamente incompleto tan transparente y poco carnal, de aquel árbol, de aquel arroyito de la infancia; que no solo están separados por los abismos del tiempo sino por vastos territorios."                                                                                                                          Ernesto Sábato

Para muchos maceítas dejar su tierra fue necesario para encontrar nuevos caminos que le permitieran ofrecerle un futuro a su familia. En algunos casos su huida estuvo ligada a acontecimientos dolorosos, que lastimosamente son pan de cada día en nuestro país y de los que Maceo no ha sido ajeno; o también, debieron partir porque sus expectativas a futuro no las podía suplir el terruño. Sin embargo, algunos no han podido cortar el cordón umbilical que lo une con su patria chica. ¿Por que? La respuesta  a esta pregunta la llevamos muy dentro y solo puede ser expresada a través de la emoción que producen los recuerdos frescos de la niñez y juventud que significan tanto; porque a esa edad nos sentíamos livianos como una pluma al viento y eran pocas las penas.

Es por eso que los invito a recordar un poco:

-Quien no recuerda, las brisas de agosto, camino a la cima de una colina verde con una cometa a cuestas.
-Quien no recuerda lo libres que fuimos corriendo entre solares buscando frutas y jugando "escondidijo con los amigos.
-Quien no recuerda los charcos y los paseos de olla.
-Quien no recuerda, la escuela con su bullicio, los amigos y los juegos callejeros.
-Quien no recuerda, haberse deslizado en una tabla untada de sebo en una empinada calle o potrero.
-Quien no recuerda, la voz de un Dios que se escondía bajo la almohada y escuchaba todo lo que decías.
-Quien no recuerda el sabor de las frutas; el mango, zapote, guayaba, mandarina, naranja, papaya, guanabana, banano, guama, y muchas otras, con su sinfonía de sabores.
-Quien no recuerda sus primeros amores.
-Quien no recuerda las historias de los viejos pobladas de criaturas, lugares y hechos fascinantes.
-Quien no recuerda, las casas viejas de bahareque y tapia con sus amplios solares, amplias puertas y ventanas adornadas con variedad de flores.
-Quien no recuerda los caballos que llegamos a montar en las fincas o en las fiestas del pueblo.
-Quien no recuerda...

Hay momentos en la vida, en que la sangre llama, por que a esos momentos está atada la memoria, y a la memoria la nostalgia de un pasado perdido de un lugar al que quisiéramos volver a ver otra vez así en destino nos halla llevado a otro lado.

Si tienes recuerdos especiales compártelos para que hagamos de este espacio, un espacio para la memoria, y para una historia que vincule las historias de vida, de la vida y para la vida.

lunes, 29 de octubre de 2012

Vicente Sosa y Apolinar Cuartas dos culebreros maceítas

Desde los primeros años de fundación de Maceo y gran parte del siglo XX el  territorio local estaba ocupado por grandes extensiones de bosque tropical. Los fundadores y colonos de estas tropicales tierras debieron lidiar con los obstáculos que la naturaleza le imponía a diario. Uno de estos obstáculos eran las serpientes o culebras, muy abundantes en Maceo especialmente durante sus primeros 50 años. Si bien son pocos los casos estadísticos registrados sobre la cantidad de "cristianos" mordidos por estos ofidios, si tenemos certeza, gracias a el análisis de los archivos parroquiales de la Parroquia San Pedro Claver, que entre 1899 y 1953 murieron 26 personas por la mordedura de una serpiente.

Tampoco se tienen datos sobre médicos o desde cuando se empezó a administrar suero antiofidico a los maceítas, pero si de la existencia de unos personajes denominados "culebreros" que se encargaban de sanar a las personas mordidas por las serpientes, a través de métodos que aprendieron a su vez de otros "culebreros" que les transmitieron sus "secretos" y que en muchos de los casos fue la única posibilidad de salvar su vida, que tenía una persona en medio de la lejanía de los campos.

Don Vicente Sosa (Q.E.P.D) era uno de esos personajes y de él transcribimos su testimonio como curandero: 

"Yo nací en San Pedro de los Milagros, en el año de 1902 y llegué aquí a Maceo de quince años. Yo llegué a Maceo porque me dijeron que aquí había mucho trabajo; apenas estaban tumbando monte, y había unas cuantas casitas de paja, pero todo eso era un monte espeso. Cuando llegué me di cuenta que trabajo si había, pero para los aserradores, porque lo único que había para hacer era sacar madera. Entonces a mí me tocó ponerme a arriar mulas y sacar madera para San José, porque estaban haciendo la carrilera para el Ferrocarril de Antioquia. Trabajaban por ahí 200 mulas para San José y 200 para adentro de la montaña. Pero yo vivía muy asustado porque todos los días no hacíamos sino matar verrugosos, y cuanta clase de culebra había; y eso a todo el que picaba una culebra se moría. ¡Eso era mucho morir gente de picadura de culebra¡ 

Por eso fue que me propuse a aprender a curar. Un día vino un señor de Zaragoza que sabía curar, y yo me le puse al pie para que me enseñara, yo tenía 22 años, pero me daba mucha "Guayabo" (dolor, pena) ver morir a los aserradores y a los arrieros. Y por eso aprendí. Me tocó pagarle muy caro a ese señor para que me enseñara el secreto, pero me enseñó. Y desde entonces he curado mucha gente. A mí me buscan en San Benigno, en La Paloma, en Playa Chica, y eso llegaba gente de todas esa montañas ¡y nadie se moría desde que yo lo rezara¡ y le doy gracias a mi Dios que me concediera ese milagro de poder curar a la gente. Hubo semanas de curar hasta siete picados de culebra"

Otro testimonio de un culebrero fue el de el señor Apolinar Cuartas (Q.E.P.D) quien contó que una de sus hijas fue mordida por una "Mapaná" (Bothrops Atrox) y fue curada por un viejo culebrero que le transmitió el oficio. Así nos contó don Apolinar como aprendió de su maestro: "(...) me convidó para que fuéramos a un monte, para que él llamara a las culebras, para que las conociera, para él indicarme como se llamaba la una, y como se llamaba la otra, pero que eso si... que no las fuera a matar ese día".

Y así fue según Apolinar. El viejo culebrero se puso a silbar y fueron llegando las serpientes una a una, para que Apolinar las fuera distinguiendo a todas. Le mostró la "Mapaná X", la "Mapaná de Agua", la "Mapaná Rabiseca", los "Patocos", "Patoquillas", "Pudridoras", "Sanguinarias", "Corales" y muchas más. Luego de salir de aquel monte, su maestro le dijo a Apolinar que para salvar a alguien de la mordedura ésta no podía haber sido en una vena gruesa del cuerpo, porque el paciente se moría, y si este no era el caso, entonces se cortaba, se ligaba el miembro afectado sin apretar muy fuerte para evitar la gangrena, se hacía un corte en forma de cruz y se chupaba con la boca el veneno o por medio de una chupadera hecha de "caturrón" (bola de cera) de cera de abejas que se calentaba para ponerlo en la herida.

La segunda etapa de la curación consistía en utilizar las "cabalongas", que era unas semillas que solo se conseguían por el Putumayo y el Amazonas; semillas que le fueron obsequiadas a Apolinar por un indígena que estuvo en Maceo. Las negras y amargas semillas de "cabalonga" se ponían en la boca de paciente y luego se retiraban, después se le daba un bebedizo con el raspado de las mismas semillas. Tampoco podían faltar al tratamiento, las nueve bebidas de "Guaco" (era un bejuco que crece en la lagunas) durante tres días; y los baños de permanganato de potasio y "Matandrea", planta que crece en el monte y los rastrojos que florece en forma de racimo rojo, de la cual se utilizan la raíz, las hojas y los copos.

Uno de los envenenados que curó Don Apolinar fue un muchacho de 14 años, hijo de de Doña Rut Marín que vivía en las selváticas tierras de la vereda La Argentina, hace más o menos 65 años. Apolinar luego de desensillar su bestia al llegar a su casa escuchó unos quejidos y una lloradera en la casa de la señora Rut; Apolinar se arrimó donde sus vecinos y preguntó:

"-Por qué lloran muchachas?

Y ellas contestaron: -!Se murió Gilberto¡

-Y que le pudo haber pasado para morirse tan ligero- Dijo Apolinar.

-Ah que lo mato una culebra- Replicaron las mujeres."

Hay mismo comprendió el curandero que no se trataba de un difunto, sino que por el efecto del veneno le había dado "mal cerebral"  y que aún quedaban esperanzas. El picado de culebra fue llevado a hombros por su padre al rancho de Apolinar seguido de la mamá y sus hermanas. Apolinar les pidió amablemente a las mujeres que se retiraran del lugar, ya que alguna de ellas podía estar menstruando y afectar la curación. Luego de vendar la extremidad, de aplicar el torniquete, chupar el veneno, y de poner las "cabalongas" en la boca, se fue con el papá del niño en medio de la oscuridad a buscar el "guaco" para hacer los baños. Cuando volvieron, Apolinar quitó las "cabalongas" que se le habían pegado en la boca al enfermo por el efecto de la fiebre y le dio de tomar el raspado de estas. A fin de cuentas, dio las instrucciones a la familia sobre los baños de "matandrea" y permanganato de potasio durante los siguientes tres días al enfermo, mejor  dicho, al "curao" (curado, sanado) que a la fecha de hoy sigue vivo y coleando. 

Aquí termina esta presentación de dos culebreros maceítas y a continuación les dejo algunas de las serpientes más comunes venenosas que hacen aún parte de la diversidad de fauna en el territorio maceíta. Espero que comenten y agreguen su propias historias sería muy enriquecedor para todos.

martes, 23 de octubre de 2012

Por qué Maceo se llama así?

Antonio Maceo

Un aspecto importante en la fundación de un pueblo es darle un nombre. En el caso de Maceo hubo dos posibilidades durante sus primeros años de fundación: una fue optar por el nombre de un santo llamado San Pedro Claver y la otra por el de un héroe de la independencia de cuba, de pensamiento liberal, llamado Antonio Maceo. La primera alternativa fue liderada por la Iglesia Católica y no rindió frutos, sin embargo, las primeras familias fundadoras fueron afines con las ideas y gestas del general cubano Antonio Maceo y se encargaron de popularizar el nombre de Maceo e imponerlo definitivamente. Es posible que la admiración que dichas familias tenían por el general cubano tuvo que ver con la circulación de publicaciones de José Martí que versaban sobre la independencia cubana y la circulación de la revista "La Pluma" de Bogotá, o el "Manual del Combatiente Irregular" diseminado por toda la región por Abelino Rosas, guerrillero liberal que luchó en la guerra de los Mil Días quien procuraba mantener el control del flujo de personas y productos por el río Magdalena; y además, combatió junto a Antonio Maceo en la guerra de independencia cubana. No se ha podido determinar el momento exacto en que se acuño el nombre pero, en algunos documentos históricos el nombre de Maceo se empieza a utilizar desde los primeros años de fundación y poblamiento.