miércoles, 31 de octubre de 2012

Maceo: la tierra de nuestra infancia

"La pertenencia del hombre a lo simple y cercano se acentúan aún más en la vejez cuando nos vamos despidiendo de de proyectos, y más nos acercamos a la tierra de nuestra infancia, y no a la tierra en general sino aquel pedazo, aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra niñez, en que tuvimos nuestros juegos y nuestra magia, la irrecuperable magia de la irrecuperable niñez. Y entonces recordamos un árbol, la cara de un amigo, un perro, un camino polvoriento en la siesta de verano, con su rumor de cigarras, un arroyito. Cosas así. No grandes cosas sino pequeñas y modestísimas cosas, pero que en el ser humano adquieren increíble magnitud, sobre todo cuando el hombre que va a morir solo puede defenderse en el recuerdo, tan angustiosamente incompleto tan transparente y poco carnal, de aquel árbol, de aquel arroyito de la infancia; que no solo están separados por los abismos del tiempo sino por vastos territorios."                                                                                                                          Ernesto Sábato

Para muchos maceítas dejar su tierra fue necesario para encontrar nuevos caminos que le permitieran ofrecerle un futuro a su familia. En algunos casos su huida estuvo ligada a acontecimientos dolorosos, que lastimosamente son pan de cada día en nuestro país y de los que Maceo no ha sido ajeno; o también, debieron partir porque sus expectativas a futuro no las podía suplir el terruño. Sin embargo, algunos no han podido cortar el cordón umbilical que lo une con su patria chica. ¿Por que? La respuesta  a esta pregunta la llevamos muy dentro y solo puede ser expresada a través de la emoción que producen los recuerdos frescos de la niñez y juventud que significan tanto; porque a esa edad nos sentíamos livianos como una pluma al viento y eran pocas las penas.

Es por eso que los invito a recordar un poco:

-Quien no recuerda, las brisas de agosto, camino a la cima de una colina verde con una cometa a cuestas.
-Quien no recuerda lo libres que fuimos corriendo entre solares buscando frutas y jugando "escondidijo con los amigos.
-Quien no recuerda los charcos y los paseos de olla.
-Quien no recuerda, la escuela con su bullicio, los amigos y los juegos callejeros.
-Quien no recuerda, haberse deslizado en una tabla untada de sebo en una empinada calle o potrero.
-Quien no recuerda, la voz de un Dios que se escondía bajo la almohada y escuchaba todo lo que decías.
-Quien no recuerda el sabor de las frutas; el mango, zapote, guayaba, mandarina, naranja, papaya, guanabana, banano, guama, y muchas otras, con su sinfonía de sabores.
-Quien no recuerda sus primeros amores.
-Quien no recuerda las historias de los viejos pobladas de criaturas, lugares y hechos fascinantes.
-Quien no recuerda, las casas viejas de bahareque y tapia con sus amplios solares, amplias puertas y ventanas adornadas con variedad de flores.
-Quien no recuerda los caballos que llegamos a montar en las fincas o en las fiestas del pueblo.
-Quien no recuerda...

Hay momentos en la vida, en que la sangre llama, por que a esos momentos está atada la memoria, y a la memoria la nostalgia de un pasado perdido de un lugar al que quisiéramos volver a ver otra vez así en destino nos halla llevado a otro lado.

Si tienes recuerdos especiales compártelos para que hagamos de este espacio, un espacio para la memoria, y para una historia que vincule las historias de vida, de la vida y para la vida.

lunes, 29 de octubre de 2012

Vicente Sosa y Apolinar Cuartas dos culebreros maceítas

Desde los primeros años de fundación de Maceo y gran parte del siglo XX el  territorio local estaba ocupado por grandes extensiones de bosque tropical. Los fundadores y colonos de estas tropicales tierras debieron lidiar con los obstáculos que la naturaleza le imponía a diario. Uno de estos obstáculos eran las serpientes o culebras, muy abundantes en Maceo especialmente durante sus primeros 50 años. Si bien son pocos los casos estadísticos registrados sobre la cantidad de "cristianos" mordidos por estos ofidios, si tenemos certeza, gracias a el análisis de los archivos parroquiales de la Parroquia San Pedro Claver, que entre 1899 y 1953 murieron 26 personas por la mordedura de una serpiente.

Tampoco se tienen datos sobre médicos o desde cuando se empezó a administrar suero antiofidico a los maceítas, pero si de la existencia de unos personajes denominados "culebreros" que se encargaban de sanar a las personas mordidas por las serpientes, a través de métodos que aprendieron a su vez de otros "culebreros" que les transmitieron sus "secretos" y que en muchos de los casos fue la única posibilidad de salvar su vida, que tenía una persona en medio de la lejanía de los campos.

Don Vicente Sosa (Q.E.P.D) era uno de esos personajes y de él transcribimos su testimonio como curandero: 

"Yo nací en San Pedro de los Milagros, en el año de 1902 y llegué aquí a Maceo de quince años. Yo llegué a Maceo porque me dijeron que aquí había mucho trabajo; apenas estaban tumbando monte, y había unas cuantas casitas de paja, pero todo eso era un monte espeso. Cuando llegué me di cuenta que trabajo si había, pero para los aserradores, porque lo único que había para hacer era sacar madera. Entonces a mí me tocó ponerme a arriar mulas y sacar madera para San José, porque estaban haciendo la carrilera para el Ferrocarril de Antioquia. Trabajaban por ahí 200 mulas para San José y 200 para adentro de la montaña. Pero yo vivía muy asustado porque todos los días no hacíamos sino matar verrugosos, y cuanta clase de culebra había; y eso a todo el que picaba una culebra se moría. ¡Eso era mucho morir gente de picadura de culebra¡ 

Por eso fue que me propuse a aprender a curar. Un día vino un señor de Zaragoza que sabía curar, y yo me le puse al pie para que me enseñara, yo tenía 22 años, pero me daba mucha "Guayabo" (dolor, pena) ver morir a los aserradores y a los arrieros. Y por eso aprendí. Me tocó pagarle muy caro a ese señor para que me enseñara el secreto, pero me enseñó. Y desde entonces he curado mucha gente. A mí me buscan en San Benigno, en La Paloma, en Playa Chica, y eso llegaba gente de todas esa montañas ¡y nadie se moría desde que yo lo rezara¡ y le doy gracias a mi Dios que me concediera ese milagro de poder curar a la gente. Hubo semanas de curar hasta siete picados de culebra"

Otro testimonio de un culebrero fue el de el señor Apolinar Cuartas (Q.E.P.D) quien contó que una de sus hijas fue mordida por una "Mapaná" (Bothrops Atrox) y fue curada por un viejo culebrero que le transmitió el oficio. Así nos contó don Apolinar como aprendió de su maestro: "(...) me convidó para que fuéramos a un monte, para que él llamara a las culebras, para que las conociera, para él indicarme como se llamaba la una, y como se llamaba la otra, pero que eso si... que no las fuera a matar ese día".

Y así fue según Apolinar. El viejo culebrero se puso a silbar y fueron llegando las serpientes una a una, para que Apolinar las fuera distinguiendo a todas. Le mostró la "Mapaná X", la "Mapaná de Agua", la "Mapaná Rabiseca", los "Patocos", "Patoquillas", "Pudridoras", "Sanguinarias", "Corales" y muchas más. Luego de salir de aquel monte, su maestro le dijo a Apolinar que para salvar a alguien de la mordedura ésta no podía haber sido en una vena gruesa del cuerpo, porque el paciente se moría, y si este no era el caso, entonces se cortaba, se ligaba el miembro afectado sin apretar muy fuerte para evitar la gangrena, se hacía un corte en forma de cruz y se chupaba con la boca el veneno o por medio de una chupadera hecha de "caturrón" (bola de cera) de cera de abejas que se calentaba para ponerlo en la herida.

La segunda etapa de la curación consistía en utilizar las "cabalongas", que era unas semillas que solo se conseguían por el Putumayo y el Amazonas; semillas que le fueron obsequiadas a Apolinar por un indígena que estuvo en Maceo. Las negras y amargas semillas de "cabalonga" se ponían en la boca de paciente y luego se retiraban, después se le daba un bebedizo con el raspado de las mismas semillas. Tampoco podían faltar al tratamiento, las nueve bebidas de "Guaco" (era un bejuco que crece en la lagunas) durante tres días; y los baños de permanganato de potasio y "Matandrea", planta que crece en el monte y los rastrojos que florece en forma de racimo rojo, de la cual se utilizan la raíz, las hojas y los copos.

Uno de los envenenados que curó Don Apolinar fue un muchacho de 14 años, hijo de de Doña Rut Marín que vivía en las selváticas tierras de la vereda La Argentina, hace más o menos 65 años. Apolinar luego de desensillar su bestia al llegar a su casa escuchó unos quejidos y una lloradera en la casa de la señora Rut; Apolinar se arrimó donde sus vecinos y preguntó:

"-Por qué lloran muchachas?

Y ellas contestaron: -!Se murió Gilberto¡

-Y que le pudo haber pasado para morirse tan ligero- Dijo Apolinar.

-Ah que lo mato una culebra- Replicaron las mujeres."

Hay mismo comprendió el curandero que no se trataba de un difunto, sino que por el efecto del veneno le había dado "mal cerebral"  y que aún quedaban esperanzas. El picado de culebra fue llevado a hombros por su padre al rancho de Apolinar seguido de la mamá y sus hermanas. Apolinar les pidió amablemente a las mujeres que se retiraran del lugar, ya que alguna de ellas podía estar menstruando y afectar la curación. Luego de vendar la extremidad, de aplicar el torniquete, chupar el veneno, y de poner las "cabalongas" en la boca, se fue con el papá del niño en medio de la oscuridad a buscar el "guaco" para hacer los baños. Cuando volvieron, Apolinar quitó las "cabalongas" que se le habían pegado en la boca al enfermo por el efecto de la fiebre y le dio de tomar el raspado de estas. A fin de cuentas, dio las instrucciones a la familia sobre los baños de "matandrea" y permanganato de potasio durante los siguientes tres días al enfermo, mejor  dicho, al "curao" (curado, sanado) que a la fecha de hoy sigue vivo y coleando. 

Aquí termina esta presentación de dos culebreros maceítas y a continuación les dejo algunas de las serpientes más comunes venenosas que hacen aún parte de la diversidad de fauna en el territorio maceíta. Espero que comenten y agreguen su propias historias sería muy enriquecedor para todos.